sábado, 29 de marzo de 2014

El legado literario y espiritual de Iván Franko y la Ucrania presoviética

Monumento a Iván Franko en el jardín de su casa natal
en Nahuievychi.

Por Mykola Zhulynsky
Director del Instituto de Literatura Tarás Shevchenko

Introducción biográfica

Iván Yakovich Franko (Іван Якович Франко), hijo de un herrero de pueblo y de una mujer de la pequeña nobleza ucraniana, nació en Nahuievychi (en la Galitzia sometida al Imperio austrohúngaro) el 15 de agosto de 1856, se educó en las universidades de Leópolis (la actual Lviv, Lemberg en alemán), Czernowitz (la actual Chernivtsi) y Viena, donde se doctoró en 1893, y fue profesor honorario de la Universidad de Járkov. Autor de más de cuatro mil libros, artículos y trabajos académicos, su legado incluye poemas, novelas y dramas.

Iván Franko retratado por
el pintor ucraniano Iván Truch.

Iván Franko editó, además, periódicos y revistas, y participó activamente en la vida pública y política. En el año 1878 fue detenido por primera vez a causa de sus ideas socialistas, que no ocultaba y que difundía entre los trabajadores de Lviv, Drohobych y Boryslav, así como entre los campesinos, lo que le costó nuevos arrestos. A principios del siglo XX su actividad política fue decreciendo por varias razones, entre ellas su muy precario estado de salud y su participación activa en las tareas de la Sociedad Científica Tarás Shevchenko. 

Sus puntos de vista políticos y sociales evolucionaron en el curso de su vida, hasta que se convirtió en un ardiente partidario de la independencia política y cultural de Ucrania. La lucha por sus ideales, sin embargo, no fue larga, ya que a partir de 1908 sufrió varias enfermedades que mermaron sus fuerzas. Murió en Leópolis (Lviv) el 15 de mayo de 1916.

  Una vida solitaria y miserable

En el otoño de 1914, los soldados del ejército ruso zarista que ocupaba el oeste de Ucrania solían ver a un hombre con un sombrero oscuro y un largo abrigo negro, cargado habitualmente con pequeños envoltorios que contenían alimentos, libros y periódicos, caminando penosamente por las calles de Leópolis, ciudad que los rusos denominaban Львов (Lvov). Aquel hombre encorvado, con la mirada baja y hablando para sí mismo, era la pura imagen de la fatiga y el sufrimiento.

 Franko con su íntima amiga
Olga Roshkevych en la década de 1880.

Lo que no sabían era que aquel hombre, evidentemente enfermo, absorto en sus pensamientos, del que se solían burlar, era doctor en filosofía por la Universidad de Viena, un notable escritor, un poeta con una visión profunda del destino de la humanidad, un traductor consumado y un historiador de la cultura y la literatura.

Sin duda, Franko debía de sentirse muy solo y abandonado. Su hijo mayor, Andriy, había muerto un año antes, y sus otros dos hijos varones estaban en el frente: Tarás, un maestro de escuela, había sido reclutado por el ejército austríaco y fue enviado a luchar en el frente italiano; Petro, un estudiante de la Escuela Politécnica, también estaba entre las tropas de vanguardia (más tarde se uniría voluntariamente a los Destacamentos de Fusileros de Ucrania, una fuerza militar establecida en 1917 para luchar por la independencia de su país). Su hija Anna vivía con una tía en Kiev, y su esposa, que siempre había sido una mujer sabia y equilibrada, sufría un trastorno mental heredado de su familia. Su casa, pues, se había convertido en un infierno en el que era imposible trabajar o descansar. Después de no pocas vacilaciones y con amarga angustia, había tenido que internarla en un asilo. Él vivía en la miseria y la soledad, con las manos casi paralizadas mientras iba perdiendo paulatinamente la vista, pero nunca cejó en su empeño de trabajar, de hacer lo que pudiera por el futuro de su nación.

A Franko, torturado por los dolores físicos y el insomnio, solo le quedaban dos años de vida. “Mi mayor tormento no es el dolor físico que sufro continuamente, sino mi incapacidad para terminar el trabajo que he comenzado. Se han acumulado infinidad de ideas y proyectos en mi cabeza, y no quiero llevarlos conmigo a la tumba”.

Franko en Odesa en 1909.

Agotado, incapaz de cuidar de sí mismo, pasó sus últimos meses en una residencia de ancianos. Compartía habitación con Vasylko, un muchacho de dieciséis años de edad, hijo de su hermano de Zajar, quien se había ofrecido a proporcionarle toda la ayuda que necesitara. La mejora en la alimentación y la terapia hicieron que no solo la salud, sino también el espíritu de Iván Franko mejoraran. Volvió a escribir poemas, entre ellos sus interpretaciones líricas de algunos acontecimientos históricos de la antigua Roma. Editó, además, sus traducciones de los poetas clásicos griegos menores (la colección Старе Золото [‘El viejo oro’], que contiene 232 poemas y más de 7000 versos).

Manuscritos y libros

En el Instituto de Literatura Tarás Shevchenko, de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, se conservan casi todos los manuscritos de Iván Franko y prácticamente la totalidad de los libros de su biblioteca: más de doce mil volúmenes, entre los que hay 410 incunables.

El manuscrito titulado Історії моєї хвороби (‘Historia de mi enfermedad’) tiene solamente trece páginas, pero la intensidad del dolor expresado en ellas habla por sí misma. Se la dictó a su hijo Andriy, y se refiere a las dolencias que sufrió en 1908, “el año más terrible de mi vida hasta ahora […]. En marzo, durante catorce días no pude estar sentado en posición vertical, pero nunca dejé de trabajar, luchando contra el terrible dolor que sentía”.

Monumento a Iván Franko en Lviv.
(Foto 
© Adam Pervez)

Los médicos advirtieron a Franko que padecía varias enfermedades, y que éstas le producían dolores de cabeza y ansiedad, por lo que debía dejar de escribir e incluso de leer; él, evidentemente, nunca hizo caso de esos consejos. Durante aquel “año terrible” (1908) publicó unas cuantas obras, sus traducciones de Safo y Menandro y de antiguas sagas islandesas, algunos de sus trabajos académicos, comenzó a escribir un nuevo artículo sobre estudios bíblicos y nuevas historias breves; y no dejó de trabajar en sus estudios sobre las canciones populares ucranianas ni en su historia de la literatura ucraniana, que presentó como la historia del desarrollo espiritual del pueblo de Ucrania; publicó también algunas obras escritas anteriormente, con nuevos prefacios, y terminó una edición en cinco volúmenes sobre los apócrifos y las leyendas de los viejos manuscritos ucranianos, que se consideran la primera recopilación sistemática de este tipo en los estudios eslavos.

De hecho, no fue solo su estado de salud lo que causó dolor a Franko: le atormentaba no poder proseguir en lo que era su verdadera vocación como autor, una responsabilidad que había asumido para expresar las aspiraciones, inquietudes y anhelos de su nación. Su poema Moisés, de 1905, se considera su autobiografía simbólica, un reflejo de la lucha interna que afectaba a su espíritu. Algunos de sus escritos anteriores ya llevaban la impronta de su examen de conciencia: “Moisés no fue aceptado como profeta por su propio pueblo”, y fue castigado con la muerte por Yahvé poco antes de que, con su gente, llegara a la Tierra Prometida. Eso tenía un gran significado para Franko.

La ciudad de Lviv (Leópolis), donde Iván Franko estudió,
pasó los últimos años de su vida 
y murió.
(Fuente:
blog 
Mesa revuelta, mesa-revuelta.blogspot.com)

Su vocación de escritor

Iván Franko creyó que su obligación como escritor era sacrificarse por la causa de la iluminación espiritual de su nación, para despertar la conciencia nacional y revelar las características únicas de la cultura de su pueblo. El poeta puede estar solo en su lucha, puede ser incluso rechazado por su pueblo: el suyo es el camino hacia el calvario, entre “el cinismo y el ridículo”. Al mismo tiempo, el poeta que es consciente de su misión profética no puede sucumbir a la desesperación, la desilusión y la pérdida de la fe, sino que debe “escuchar la voz estruendosa del Cielo”, comprometerse con la energía que le viene dada desde Arriba y aceptar la guía divina. Franko pensó en sí mismo como en un guía espiritual de su nación, y se preparó para hacer frente a cualquier adversidad en su servicio en pro esta causa.

Pero Franko, por otra parte, no se creía “el favorito de la fortuna”, ni “un genio” conocedor de la verdad última; se consideró “uno de esos escritores que son obreros y trabajadores, que participan en la construcción del edificio de la civilización, cuyos nombres no serían grabados en la fachada”.

Sello dedicado a Iván Franco,
emitido por el servicio postal
ucraniano en 2006. 

Cuando solo tenía 22 años, se presentó simbólicamente como albañil en uno de sus poemas, consciente de ser el constructor ascético de un nuevo mundo que ha de sacrificarse por la causa del desarrollo nacional. En el camino hacia la felicidad de la humanidad están los huesos de millones de personas que se han sacrificado a sí mismas como “esclavas de la libertad” y “albañiles del progreso”. En 1898 se autodefinió como “un siervo de la nación”, el hijo de un campesino convertido en intelectual para ponerse al servicio de los campesinos.

Efectivamente, Iván Franko era hijo de un labrador de la tierra y a la vez herrero de la aldea de Nahuievychi, en el oeste de Ucrania, que entonces formaba parte del Imperio austrohúngaro. Desde el principio de la época medieval, los ucranianos de esa tierra se denominaban a sí mismos “rusyny”*. Cuando se refiere a su origen étnico, Franko dice que es tanto “un rusyn” como “un ucraniano”, pero prefiere este último gentilicio, ya que creía en la unidad de todas las personas de ascendencia ucraniana.

Comenzó su educación en la escuela rural de un pueblo vecino al suyo, donde no había. Entre las asignaturas que se daban estaban las lenguas polaca y alemana. Franko continuó sus estudios en la ciudad de Drohobych, y comenzó a escribir cuando todavía era un estudiante interesado por la literatura europea. Al terminar la escuela secundaria fue a estudiar a la Universidad de Lviv. Allí escribió sus primeros poemas líricos y dramas e historias en verso, y empezó a traducir literatura griega antigua, fragmentos de la Biblia y de la epopeya alemana Cantar de los Nibelungos. Poco a poco sus intereses se fueron ampliando e incluyeron toda la literatura clásica, la mitología, la historia, el folclore ucraniano... 

La plaza central de Drohobych. 
(Fuente: Дрогобич- королівське місто / www.drohobych.com.ua)

Fue en aquel momento cuando descubrió el abismo cultural que separaba a los habitantes del campo de la intelectualidad. Le dolía constatar el atraso moral y espiritual de las clases bajas, su falta de perspectivas sociales y culturales. La vida política del momento era la de un país subdesarrollado. No parecía haber rastros de algún movimiento de liberación nacional, como los que produjeron un gran impacto en Italia, Irlanda, Bulgaria, Polonia y otros países europeos. Con otros jóvenes de inclinaciones románticas, que absorbían ávidamente nuevas ideas políticas y las teorías sociales, en particular las del socialismo y el positivismo procedentes de Europa, Franko comenzó a escribir ensayos y artículos de carácter político en los que trató de desarrollar ideas como la igualdad económica y social, la justicia, los derechos civiles y la iniciativa individual. Al mismo tiempo rechazó las ideas marxistas de un “estado de todo el pueblo”, la “dictadura del proletariado” y la “lucha de clases". Escribió que el marxismo político como “programa del socialismo de Estado apesta a despotismo estatal y uniformidad, y si se llevara a cabo podría convertirse en un gran obstáculo para un mayor desarrollo, o se convertiría en una fuente de nuevas revoluciones”.


Monumento a Franko
en la ciudad de Kolomyya. 
(Foto 
© Maryana Dmytryshyn)

El ideal de Franko era el de una justicia social que descansara sobre el fundamento de la humanidad. En 1890 participó en la fundación del Partido Radical Ucraniano, cuyo programa se basaba en los principios moderados de los socialdemócratas europeos. Más tarde lo abandonó para unirse al Partido Nacional Democrático, aún más radical, que defendía la creación de una nación ucraniana moderna.

El nacionalismo ucraniano

Iván Franko quería aproximar el patriotismo y el nacionalismo ucranianos a la cultura europea y el espíritu expresado a través del arte y la literatura. Como traductor y conocedor de varias lenguas, se dedicó a verter al ucraniano lo que consideraba mejor de la literatura europea y mundial. Con sus escritos y traducciones creaba un puente entre Ucrania y el resto de Europa. Sus trabajos, publicados en alemán, polaco, ruso, húngaro y otros idiomas, dieron a conocer en el extranjero sus ideas de unidad cultural, que tuvieron cierta resonancia en Austria, Alemania, Polonia y Rusia. De este modo consiguió que la situación de la nación ucraniana, su cultura y sus tradiciones fueran conocidas en buena parte de Europa. Franko estaba preparado “para soportar todos los tormentos, el sufrimiento y la humillación” que comportarían su compromiso de sacrificio por la causa de la justicia.

Una edición moderna (Lviv, 2009)
del libro de poemas 
Зів'яле листя
de Iván Franko.

Su legado poético merece un tratamiento extenso. Aquí bastará decir que sus poemas abarcan un gran número de temas, y que su poesía lírica revela una gran concentración de emociones, hasta el punto de que sea posible preguntarse cómo su corazón no se había roto mucho antes de cumplir los 60 años. Su colección de poemas más relevante, Зів'яле листя (‘Hojas marchitas’), de 1896, está repleta de fuertes emociones provocadas por la desesperación, la ansiedad, la esperanza, el anhelo de amor y una sensación punzante de alienación. Franko estaba convencido de que sólo el alma, por sí misma, podía lidiar con el dolor que la atormentaba, un dolor que transmitió mediante palabras y reveló al mundo: solo así, según él, podía aliviarlo. Haciéndose eco del viejo dicho, Franko, que creía en la fuerza inagotable del artista y el poeta, dice en uno de sus poemas: “La vida es breve, pero el arte es eterno / y el potencial creativo no tiene límites”.

Franko experimentó varios golpes duros de la suerte, tanto en el amor como en la situación social de su país y su tiempo. En 1890, por ejemplo, el Consejo de la Universidad de Lviv le denegó la defensa pública de su tesis doctoral: obtuvo su doctorado tres años más tarde en la Universidad de Viena. Fue rechazado de nuevo por la Universidad de Lviv en 1895, cuando ya era un reconocido autor, historiador, crítico de arte y académico, denegándole el cargo de profesor asociado. Y éstas no fueron las únicas circunstancias humillantes en su vida, aunque las soportó siempre con dignidad.

La tumba de Iván Franko en el cementerio Lychakiv de Lviv. 
(Foto © Iuliya Kapshuchenko)

Plenamente consciente de las dificultades por las que estaba pasando su país, sufriendo a causa de la subyugación a la que era sometido, Iván Franko no buscaba tranquilidad para su alma dolorida. “No me dejes, dolor agudo”, escribió, sin perder nunca la esperanza de una vida mejor para su pueblo. Se sacrificó en el altar de esta esperanza. Conocía el poder de la palabra, la fuerza del espíritu, capaz de superar cualquier adversidad, y escribió poemas inspirados, ardientes, pidiendo a su pueblo que siguiera el largo camino de la salvación. Bendijo a su nación por “el viaje hacia el futuro”, por su firme creencia en que la capacidad redentora de la cultura, la ciencia y la educación despertarían la espiritualidad del pueblo ucraniano, a quien legó su “confianza en la fuerza del Espíritu”.

Traducción del inglés y adaptación de Albert Lázaro-Tinaut

* En castellano se conocen como rutenos.


El texto original, que aquí ha sido adaptado, se publicó en su versión inglesa en el portal Welcome to Ucraine el año 2006.


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