domingo, 10 de marzo de 2013

Béla Bartók, un punto y aparte en la música europea del siglo XX


Detalle del monumento a Béla Bartók en el parque de Szent Miklós 
de Siófok (Hungría), obra del escultor Imre Varga (2004).
(Fuente: Városom.hu)

“Bartók era uno de esos hombres que, impulsados por una insatisfacción perpetua, querían cambiarlo todo, conseguir que todo lo que había en la superficie de esta tierra fuera más bello y mejor. Formaba parte de esa categoría de individuos donde se encuentran los grandes artistas, los sabios, los exploradores, los inventores y, en política, los grandes revolucionarios, como Cristóbal Colón, Galileo y Kossuth, quienes dejaron tras de sí un mundo distinto del que habían encontrado cuando nacieron.”

Son palabras escritas en 1956 por otro de los grandes músicos y pedagogos musicales húngaros del siglo pasado, Zoltán Kodály, en la introducción de la obra colectiva Bartók, su vida y su obra, publicada bajo la dirección del insigne musicólogo Bence Szabolcsi. [1]

Zoltán Kodály según un dibujo de Ferenc Medgyessy.
(Fuente: Magyar Folklór Múzeum)



Bartók nació en Nagyszentmiklós (actualmente Sânnicolau Mare, en el Banato rumano, entonces integrado en el Imperio austrohúngaro) el 25 de marzo de 1881, y murió en Nueva York el 26 de septiembre de 1945. Penetrar en su biografía significa perdese en los entresijos de la vida plena de un hombre infatigable. Compositor, pianista y folklorista, tuvo la suerte de nacer en una región, el Banato –hoy repartida entre Rumanía, Serbia y el sur de Hungría– donde confluían tres culturas: la húngara, la rumana y la eslovaca, es decir, en un espacio geográfico donde se acumulaba la riqueza de varias tradiciones.

Su encuentro y posterior relación con Zoltán Kodály fue fundamental no sólo para ambos, sino para el legado de la música popular de esos pueblos que ha llegado hasta nosotros.  Recorrieron juntos las tierras de Hungría y Rumanía y realizaron un trabajo de campo extraordinario: recopilaron miles de canciones y melodías, que grabaron con un gramófono y transcribieron. De este modo consiguieron desterrar la falsa idea –aún persistente como tópico en otros países– de que la música húngara se basaba en la tradición zíngara (o gitana; las rapsodias de Liszt parecían confirmarlo), que sólo es la parte más visible del panorama musical popular húngaro. Sus investigaciones fueron incluso más allá, pues recorrieron, además, otras regiones de la Europa central y llegaron incluso hasta Turquía y el norte de África.

Bartók (a la izquierda de la imagen)
con campesinos húngaros en 1908.
(Fuente: The New Yorker)


En un momento particularmente delicado de la historia de Europa (1942), Bártok –hombre, por otra parte, dotado de una expresiva fuerza psíquica–, alude sutilmente en un texto suyo a la idea de la pureza de la raza, lo atribuye a “razones políticas” (no olvidemos que vive en una Hungría sometida al régimen filonazi del almirante Miklós Horthy) y aprovecha la ocasión para escribir algo muy importante para entender sus estudios sobre la música popular:

“La Europa oriental ha sido el terreno principal de mis investigaciones. Como húngaro, empecé naturalmente por el estudio de la música folklórica húngara, pero pronto lo extendí al de los países vecinos: Eslovaquia, Ucrania, Rumanía. […] Al principio me sorprendió la extraordinaria riqueza de tipos de melodía que encontré en los países de la Europa oriental. […] Sin embargo, la comparación entre las músicas populares de los diferentes pueblos mostraba que en esta materia se producía, desde hacía siglos, un movimiento constante de intercambio, de cruce y de nuevos cruces. […]

Al traspasar las fronteras lingüísticas, las melodías populares sufrían, más pronto o más tarde, algunas modificaciones determinadas por el medio y, sobre todo, por las diferencias lingüísticas: cuanto más difieren la forma de acentuar, el ritmo, la construcción silábica, más importantes son las modificaciones a las que –muy afortunadamente– esa música se somete. Y digo “muy afortunadamente” ya que es ese fenómeno el que contribuye a la creación de nuevos tipos y nuevas variantes. […] Los cruces a los que me he referido tienen lugar, generalmente, de este modo: una melodía húngara es adoptada por los eslovacos, que la “eslovaquizan”. Esa forma eslovaca puede ser adoptada, a su vez, por los húngaros, que la “hungarizan”. Y una vez más, afortunadamente, esa forma hungarizada difiere de la forma húngara original.”

Paisaje de Transilvania.
(Fuente: Tea Collection)

Uno de los grandes méritos de Bartók fue, además, descubrir que las melodías tradicionales húngaras se basaban en escalas pentatónicas que, casualmente o no, se correspondían con las de buena parte de la música asiática y siberiana. No vamos a entrar aquí en la debatida cuestión de los orígenes orientales del pueblo húngaro (y de los pueblos finoúgrios en general), que ha sido objeto de innumerables polémicas y sobre la que aún hoy los especialistas no se ponen de acuerdo.

En cualquier caso, resulta muy interesante conocer el proceso creativo de Bartók y, además, su abundante correspondencia, que le permitió conocer mejor, por ejemplo, el folklore rumano en su versión musical. A modo de ejemplo, he aquí un fragmento de la carta que escribió el 29 de abril de 1910, en francés, al compositor y musicólogo rumano Dumitru Georgescu-Kiriac:

“Después de haber recogido numerosas melodías húngaras y eslovacas, he empezado a buscar canciones populares rumanas de Transilvania; he encontrado unas 400 en las inmediaciones de Beiuş (Bihor), y otras 200 en zonas próximas. Al principio me acompañaba un estudiante rumano, que era quien anotaba los textos. Ahora ya soy capaz de anotarlos yo mismo y creo ser muy cuidadoso en lo que respecta a la pronunciación popular, pues fueron diversos mis acompañantes (¡que se empeñaban en corregir constantemente el habla del pueblo!). Puesto que conozco sus Coros mixtos y creo que usted es el único en Rumanía que se interesa como auténtico artista por la música popular, le adjunto una selección del material recogido en Bihor: me agradaría mucho ceder a alguna biblioteca pública de Bucarest toda mi colección rumana y lo que continúe recogiendo a partir de ahora. Quizá fuera posible imprimirla con la colaboración de un filólogo rumano.” [2]

Bartók transcribiendo la grabación de una canción popular de un gramófono. (Fuente: Danubius Magazin)

El corpus musical de Béla Bartók (obras para orquesta, de cámara, corales, para piano e incluso escénicas, como la ópera El castillo de Barba Azul y dos ballets) es impresionante, como puede comprobarse accediendo a este completo enlace, pero tan importante cómo éste es su trabajo como musicólogo e investigador, reconocido mundialmente.

Dejamos a continuación los enlaces a algunas de sus composiciones, en los que se pueden percibir varios de los registros de su música. Se pueden encontrar muchos más en Youtube:

Danzas folklóricas rumanas
Albert Lázaro-Tinaut

[1] Bence Szabolcsi (Budapest, 1899-1973) fue un insigne historiador no sólo de la música, sino también del arte. Para este artículo se ha manejado la edición francesa de su obra, Bartók, sa vie et son œuvre (Boosey & Hawkes, París,1968).
[2] Dumitru Gueorguescu-Kiriac  (o Dimitrie G. Kiriac, como solía firmar), nacido en Bucarest en 1866 y muerto en Viena en 1928, fue también un notable folklorista y dedicó gran parte de su actividad al canto coral, por la cual es especialmente conocido aún hoy en día. El texto de la carta está tomado de la edición citada de Szabolcsi.


Cubierta de un disco editado en 2012 con música popular recopilada 
por Béla Bartók y Zoltán Kodály a cargo de los intépretes polacos Elżbieta Gromada, Anna Wójtowicz y Paweł Wójtowicz.
(Fuente: Lengyel Intézet / Instytut Polski, Budapest)


Béla Bartók  1945-1955

Por Alejo Carpentier *

Hece diez años –el 26 de septiembre de 1945– moría en una clínica norteamericana, tras larga y dolorosa enfermedad, uno de los compositores más importantes de esta época: Béla Bartók… Sus últimos meses de vida habían constituido, para asombro y admiración de quienes lo contemplaban, un sobrehumano ejemplo de voluntad creadora. Debilitado por los padecimientos, sabiendo próximo el inevitable desenlace, Béla Bartók consagraba sus postreras energías a la composición, usando –para ganar tiempo– de una suerte de taquigrafía musical cuyo sistema era conocido por un hijo suyo. De sus manos temblorosas surgieron todavía una Sonata prometida a Yehudi Menuhin, un Concierto para viola y orquesta, y sobre todo, aquel Tercer concierto para piano y orquesta, dedicado a su esposa, legado a ella a la manera de un testamento estático, que sorprende por su serenidad, su vigor, y la increíble alegría que anima algunos de sus momentos capitales. Cuando la mano del genio se inmovilizó sobre el papel pautado, alcanzaba ya los compases finales de esta última obra, donde quedaba expresado todo lo que había querido expresar.

Es realmente difícil ubicar la producción de Bartók en el panorama de la música contemporánea. Su obra se fue edificando en circuito cerrado, por así decirlo, y permaneció al margen de tendencias, modas o escuelas. En su juventud rindió algún tributo al impresionismo –visible en su ópera El castillo de Barba Azul– aunque esto sólo se manifestó en un corto tránsito. Viviendo en su Hungría natal, poco informada en aquellos años de lo que estaba germinando en otras partes, Bartók se impuso a la atención de los músicos que le rodeaban, por una serie de piezas vehementes, duras, animadas por unos impulsos rítmicos semejantes a los de Stravinsky. Pero es sabido que, en esa época, el compositor no tenía conocimiento, siquiera, de la partitura de La consagración de la primavera, que hubiese podido inspirar ciertas obras suyas, tales como el ya famoso Allegro barbaro.  Cuando Bartók entró en contacto con la producción que le era contemporánea, su personalidad estaba netamente definida.

La etapa inicial de su madurez se caracteriza por un profundo apego a los folklores húngaros y rumanos. Siguiendo con ello las huellas de Liszt –de quien los húngaros ven en Bartók una suerte de continuador directo–, el compositor recogió y armonizó un número casi tal de cantos populares, que la colección completa de ellos, en vías de edición, consta de veinte volúmenes. Sus Danzas rumanas para orquesta conocieron muy pronto un éxito mundial. Sus piezas para niños, fáciles de ejecutar, escritas sobre melodías del pueblo, eran adoptadas ya en los conservatorios de Europa como un excelente material didáctico. Pero ya, sin renegar de los giros nacionales, Béla Bartók se internaba en dominios más difíciles, buscando una expresión cada vez más castigada, cada vez más trabajada en la sonoridad, dentro de un magistral manejo de las grandes formas tradicionales. Su obra comenzó a ser calificada de “difícil”, aunque sin contacto con la de los músicos de la Mitteleuropa, cuyas búsquedas eran de otro orden. Bartók estaba demasiado marcado por el folklore para acercarse al atonalismo, aunque, a veces, sus partituras, ejecutadas en conciertos, parecían al público tan desconcertantes como las de Webern.

La aventura hitleriana, con sus interdictos e imposiciones, lo lleva a desterrarse voluntariamente de una patria a la que amaba entrañablemente. Se instala en los Estados Unidos donde, en un comienzo, lo esperan crueles decepciones. Apenas si su música halla alguna acogida en conciertos de tipo experimental. Al fin, encuentra una decidida ayuda por parte de Serguéi Koussevitzky, que le encarga su ya antológico Concierto para orquesta. A partir de ese momento, su destino se despeja en lo artístico. Poco a poco aparecen, en disco, algunos de sus Cuartetos, algunas de sus partituras mayores. Pero la enfermedad hincaba ya las garras en su carne… Pocos meses después de su muerte, se iniciaba la ascensión gloriosa del nombre de Béla Bartók, ante todos los públicos del mundo. Era aceptada, por fin, sin reservas, la obra de uno de los músicos más personales e importantes –aunque siempre aislado en su propio mundo– de la época presente. Como diría hoy uno de sus biógrafos: “Con Bartók se había cumplido ese orden humano, misteriosamente cruel, que exige muchos padecimientos, muchos trabajos, por parte de uno solo, para que sea enriquecida la vida de los demás”.

Artículo publicado en El Nacional, Caracas,
el 27 de septiembre de 1955.


Alejo Carpentier.
(Fuente: Cubarte)

* El gran escritor cubano de origen suizo Alejo Carpentier (1904-1980) es una de las voces literarias más destacadas en español del siglo XX y está considerado por muchos el auténtico precursor del realismo mágico, en cuyo máximo exponente se convirtiría Gabriel García Márquez.

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